Un necesario primer paso para solucionar un problema es reconocerlo. Negarlo, esconderlo u omitirlo son caminos laterales menos pedregosos, pero que sólo conducen a dilatar la cuestión y, por consiguiente, empeorarla. Lamentablemente, a veces es necesario un fuerte golpe para comprenderlo. Y para la Unión Argentina de Rugby, eso mismo fue el asesinato de Fernando Báez Sosa (foto) en Villa Gesell a manos de una patota de jugadores y ex jugadores de un club de Zárate: un baldazo de realidad en la cara. Una luz roja de alerta sobre un problema que trasciende a una noche de locura y alcohol, y que encuentra su raíz mucho más abajo: en la violencia que se implanta en los jóvenes a través de enseñanzas y ejemplos equivocados durante su etapa de formación. Por supuesto, creer que el rugby es el culpable de todo es caer en otro error: en muchos casos, la crisis de valores viene desde el hogar. Sin embargo, sí le cabe su cuota de responsabilidad, derivada de prácticas arcaicas que todavía se toleran bajo el mote de tradiciones y de mensajes y actitudes que no se condicen con los valores que se enarbolan como bandera de este deporte.

Por todo esto, es que la UAR se decidió a admitir el problema y hacerse cargo de buscar la solución. Tras una etapa de análisis y escucha a los clubes, se asoció con la fundación Funrepar para elaborar un programa destinado a generar un cambio profundo y perdurable. “Es una propuesta disruptiva. Veníamos observando con preocupación la repetición de casos de violencia protagonizados por personas del mundo del rugby, pero para ser honestos, no lo habíamos dimensionado debidamente hasta el asesinato de Fernando. Ahí tomamos consciencia de la gravedad de la situación y de la necesidad de abordar una cuestión de fondo con un programa de fondo”, explica Marcelo Rodríguez, presidente de la entidad madre.

REGLAS. Muchos ven al rugby como un deporte violento por su alto nivel de contacto. Sin embargo, su reglamento castiga con severidad las deslealtades en el juego. Ahora, se apunta a lo que sucede afuera. la gaceta / fotos de juan pablo sánchez noli

Un proceso de limpieza tan profundo requiere de tiempo, paciencia y constancia, algo que el programa deja en claro desde su nombre: “Rugby 2030: hacia una nueva cultura”. “No fuimos detrás de una solución inmediata y para salir del paso. La iniciativa abarca 24 módulos (detallados aparte) que se implementarán en los próximos dos años y que involucra a todas las partes de este deporte en el país: directivos, entrenadores, jugadores, familias, uniones y clubes, hacia una transformación profunda en estos tiempos que corren. Seguramente, los efectos se comiencen a ver en el mediano y largo plazo”, advierte el sanjuanino.


Por y para todos

Según explicó Sol Iglesias, gerenta general de la UAR, se eligió a Funrepar por sobre las demás propuestas porque “trabaja la resolución de los problemas desde las prácticas restaurativas”.

Si bien se trata de una fundación argentina, está encabezada por un español, Raúl Calvo Soler, licenciado en Derecho y profesor de la Universidad de San Andrés. Esta última complementará el programa, aportando mediciones y encuestas sobre los avances a través de su departamento de Econometría.

“Es importante que el rugby argentino haya tomado esta decisión de mirarse y pensar en cómo es y cómo debería ser el rugby que esta sociedad le dejará a los futuros jugadores. Es una decisión valiente dentro de un mundo acostumbrado a no mirar de frente las problemáticas, sino a trasladarla a otros lugares”, destaca el español.

Para Calvo Soler, la coordinación será un aspecto clave en el éxito del programa: “si en un club se trabaja de una manera y en el de al lado no hay la misma lógica de trabajo, entonces no vamos a lograr romper los vasos comunicantes entre competencia deportiva y violencia. Desde la UAR, pensamos coordinar esa dinámica. La palabra ‘unión’ es clave para hacerle frente a esta problemática”.